Hacia 1870, el campo
argentino se moderniza, y el gaucho que no se encuentre
ligado a ninguna actividad fija podrá ser tachado
de vago o salvaje, y ambas condiciones siendo delito
lo condenan a la cárcel o a servir como soldado
en la frontera. Su mujer, la china de los bucólicos
atardeceres con el mate en la tranquera, cae en la
miseria y debe enrolarse como sirvienta en la casa
del patrón, lo que implica “todo”
servicio, o directamente ofrecer sus encantos por
algunas monedas. La prostitución criolla ya
está lanzada, en una Argentina, también
ávida de esta mano de obra. |
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Sobre fines del siglo XIX y principio del
XX, la Argentina es tierra de oportunidades y recibe
las oleadas migratorias de los pobres países
europeos. A esta tierra salvaje y desconocida algunos
llegaban con sus familias, pero otros preferían
arriesgarse solos, en una soledad que debía ser
compensada.
Una población de más hombres que mujeres
abría nuevas posibilidades de trabajo y la Edad
Dorada de la Prostitución y el Rufianismo iba
a comenzar. “Trata de blancas”, “Trata
de Blanquísimas”, “El Camino de Buenos
Aires”, son los nombres para una industria organizada
que movió enormes cantidades de dinero y poder,
con la “importación” de mujeres europeas
para los burdeles. |
Una actividad clandestina, por la
marginalidad frente a la ley, y pública por
la inevitable asociación con la policía
y los políticos que la permitían,
y liderada desde comienzos del 1900 por la célebre
Zwi Migdal, organización judía de
socorros mutuos que sin competencia llegó
a controlar la vida sexual paga de los argentinos
e inmigrantes. Con burdeles desparramados por todo
el país pero principalmente en Buenos Aires
y Rosario, organizaban embarques de mujeres desde
Polonia y otros países europeos, mujeres
engañadas que luego llegaban a un país
desconocido, ignorantes del idioma, solas, para
ser subastadas al mejor postor propietario de alguna
cadena de burdeles.
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Buenos Aires, no autorizó
la actividad y pero la mercadería era abundante
y pública, como observaba Roger Salardenne
en 1930, durante su periplo por los lupanares del
Mundo:
“ ... la capital de la Argentina
se ve invadida por cortesanas procedentes de todos
los países del mundo. Trabajan poco en las
calles. Su campo de acción lo buscan de preferencia
en los cafés, los “dancings”, los
“cabarets”, los teatros y los cines. Se
puede decir sin temor a equivocarse que todas las
mujeres que se ven , sin compañía, en
las calles, después de las nueve de la noche,
son prostitutas.” |
En cambio, en Rosario, la prostitución
no sólo estaba permitida, si no que perfectamente
regulada desde el año 1900. En los burdeles,
las mujeres contabilizaban los clientes con fichas
o “ chapas”, como en el Petit Trianon,
de la famosa calle Pichincha, de tal forma que las
pupilas no tocaban el dinero, garantizando su seguridad
frente a algún intento de robo, y se garantizaba
el control administrativo. A la vez el gobierno
velaba por la higiene y la salud obligando a las
prostitutas a llevar una “Libreta Sanitaria”,
dónde el médico que regularmente las
revisaba, consignaba sobre una estampilla fiscal
comprada a tal fin, con un sello de goma el estado
de la paciente: SANA, ENFERMA, CON REGLA, VACIADA.
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Pero sin
duda, había una vida erótica, junto
con los prostíbulos, de una intensidad que
quedó plasmada en la expresión porteña
por excelencia: el Tango. La popularidad de esta música,
tal vez unida a la sensualidad de la danza que la
relegaba a sectores marginales, produjo tangos con
títulos de doble o simple sentido , tan elocuentes
como: “69”, “Dos al hilo”,
“Metele Bomba al P...rimus” ,”Tocáme
la Carolina”, “Afeitate el 7 que el Ocho
es Fiesta”, “Empuja que se va a abrir”,
y decenas de otras sutilezas. |



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